Articulo de opinión sobre los cuidados paliativos y la eutanasia publicado en http://www.eldiariomontanes.es (20 de septiembre de 2020).
Si algo ha tenido esta pandemia es que nos ha presentado la muerte de una forma más cercana de lo habitual. Es cierto que el tema sigue siendo ‘tabú’ en algunos medios, que ocultan imágenes de ataudes o cementerios, pero la realidad va por otro lado. Es difícil olvidar el dolor de ese amigo que ha perdido a su padre sin haberlo podido acompañar en los últimos días, impotente frente al sufrimiento y la soledad.
Pero aún más duro para este buen amigo ha sido escuchar a algunas personas minimizar el alcance de un virus «que sobre todo mata a los más viejos, que ya están en la recta final de su vida». Un razonamiento que encaja con la mentalidad consumista de hoy día: Si no produces, no eres útil. Y si no eres útil, mejor no sigas viviendo.
En este entorno se presenta en el Parlamento una ley de Eutanasia, vestida con las mejores galas, como una solución para evitar el sufrimiento. Y lo grave es que sus defensores la confunden con el llamado «encarnizamiento terapéutico», que es extender artificialmente una vida, con lo que todos estamos en desacuerdo. Nadie quiere prolongar el sufrimiento de un paciente.
Abrir la puerta a adelantar la muerte (distinto a prolongar la vida) es un peligroso sendero que cuestiona las bases de nuestra sociedad. Personalmente, soy político porque creo que es la forma en que mejor puedo defender a los más débiles, a los discapacitados, a los ancianos, enfermos o marginados. He conocido a personas con depresión, que han intentado el suicidio porque estaban sufriendo terriblemente. ¿Quién valora dónde está el umbral del dolor? Y más cuando esa persona se cura y tiene una vida normal.
Si algo construye una sociedad justa es el respeto por la vida, sin descartar a nadie, sin buscar atajos. En un momento de dificultad, de sufrimiento, con altísimos niveles de desempleo, difundir la idea de que hay vidas que no merecen la pena, de que se facilita el recurso al suicidio, me parece un despropósito.

Quienes son partidarios de la eutanasia se escudan siempre en un motivo humanitario, en reducir un sufrimiento extremo. Pero no son conscientes de que la decisión de eliminar una vida con medios artificiales, que es de lo que estamos hablando, pone en una situación difícil a las personas más vulnerables. Personas enfermas o con un alto grado de discapacidad, se enfrentan a un trágico dilema. Se les presenta de forma cruda la necesidad de valorar el coste de su vida y su sufrimiento para quienes les atienden.
He pasado muchas tardes en Valdecilla, he visto a personas sufrir en sus últimos días, pero también he visto cómo en esos momentos los adelantos tecnológicos minimizan, en la mayoría de las ocasiones, el dolor físico. Hay situaciones de dolor crónico que uno querría evitar de forma inmediata, con un simple botón. Pero a la larga, he sido consciente de que esos momentos han dado lugar a cambios de actitud, tanto en pacientes como en familiares.
En la sociedad del usar y tirar, de comprar al instante con un ‘clic’ y de recibir el producto en pocas horas, enfrentarse al dolor es un desafío. Pero es también la última frontera de la dignidad humana. No podemos aceptar la eliminación de la vida, no podemos apuntarnos a la respuesta fácil, instantánea, para decidir quién no debe seguir viviendo.
En la mayoría de los países occidentales hemos conseguido erradicar la pena de muerte. Es un castigo que no merecen ni los peores delincuentes en una sociedad civilizada. Y es un logro al que hemos llegado partiendo de un respeto radical por la vida humana.
Considerar que ese respeto por la vida ya no es absoluto lo considero un error. No todo es relativo y, en ocasiones, no hay espacio para las vías de medio, para las excepciones. Quienes pensamos que la vida es un valor absoluto somos partidarios de emplear todos los medios posibles para atenuar el dolor y facilitar cuidados paliativos, pero no para determinar cuándo se elimina una vida.
Me siento muy cercano a todos aquellos que sufren enfermedades crónicas. He vivido de cerca situaciones dramáticas. Comprendo que haya personas que en circunstancias extremas sean partidarios de terminar su existencia. Pero creo que ahí está el desafío para las autoridades, los servicios sociales, médicos y la propia familia. Si entre todos no somos capaces de armar de razones para vivir, es que estamos fallando como sociedad.
Javier Puente
Senador por Cantabria del Partido Popular
